21 Jul
21Jul

Corriendo casi todo el día y el resto, el poco que sobra, no queriendo hacer nada o por lo menos intentándolo, aunque no siempre se consiga. Lo que siempre me ha llamado la atención, y como poco hablo por mí misma, es que después de tantos años, tantas canas y muchas historias a cuestas, sigo olvidándome de mí muchas veces.

En lo que uno se calla, en lo que no hace o en lo que sí hace. Hay muchos momentos en el día que propician el olvido. Lo más grave sería pasar a la amnesia. Y, eso, no lo podemos permitir. De nosotros depende.

Normalmente tienen su inicio en esos momentos en los que hay algún pensamiento o creencia que nos limita, y que a menudo verbalizamos en nuestra conversación interna de diferentes formas:

  • Uf… es de mala educación decirlo
  • … Si lo digo o lo hago, me van a decir que soy una egoísta
  • Esto no está bien, lo que tengo que hacer es ...
  • Mejor me callo que si no vamos a discutir
  • Para qué decir nada si no me van a hacer caso
  • Si lo digo qué van a pensar de mí 
  • Él o ella por sí mismos se darán cuenta 
  • Las cosas van a cambiar solas, 
  • Qué le vamos a hacer, este es mi destino ... etc ...

Si prestamos atención a lo que nos decimos, veremos que hay muchas evidencias lingüísticas que están ahí. Y todas ellas, hablan de nosotros y tienen su razón de ser o su punto de verdad. Por lo menos para quien las piensa. No obstante, que algo sea verdad para uno no significa que lo sea para el resto, y porque las cosas son así, no tenemos que pensar que así tienen que ser. 

Hacer cosas por los demás está muy bien, y además te genera mucha satisfacción y gratificación personal. Por lo menos así lo veo yo. No obstante, si lo que haces por ese otro, o dices o te callas, te genera un malestar o un perjuicio, el pensamiento que te asalta es el de ¿Qué pasa conmigo? ¿A mí quién me tiene en cuenta? ¿Y yo?

Cuando ese malestar persiste en el tiempo, solemos soltarlo airadamente, cuando a nosotros nos viene bien, claro, generalmente, sin venir a cuento. A veces en forma de reproche hacia algún otro, el que pillemos por banda o el que pensemos que más "culpa" tiene. Discutimos y nos enfadamos o nos enfadamos y nos callamos. Claro que todo esto para nosotros tiene mucho sentido. Pero así no conseguimos nuestro objetivo. Nuestro tono de voz, nuestros gestos, nuestro cuerpo, nos suelen delatar. Todo en nosotros es comunicación. Cada cosa tiene algo que decir. 

Podríamos decir también que quizás a veces parece que hacemos algo por ese otro como por obligación. Y si así fuera, no podemos dejar de preguntarnos,  y ¿quién te lo impone? ¿Para qué lo haces?

Un consejo, si las respuestas que encuentras se enfocan en el otro, en el contexto, en lo que es justo o injusto, deséchalas. Solo admite opiniones que te lleven a ti, en primera persona, para que sean el arranque de tu reflexión.

Todo es válido en nuestras respuestas, pero no todo nos ayuda.

Una reflexión nos llevará a otra y ésta a una tercera y así sucesivamente. Hay que tener coraje y tirar del hilo, sino corremos el riesgo de convertirnos en un ovillo difícil de desenmarañar. 

Vivimos en mundos interpretativos. 

#      paolaolmedo.com

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